jueves, 6 de noviembre de 2008

Atardecer

Siento mi corazón en la dulzura

fundirse como ceras:

son un óleo tardo

y no un vino mis venas,

y siento que mi vida se va huyendo

callada y dulce como la gacela.

Besos

Hay besos que pronuncian por sí solos

la sentencia de amor condenatoria,

hay besos que se dan con la mirada

hay besos que se dan con la memoria.


Hay besos silenciosos, besos nobles

hay besos enigmáticos, sinceros

hay besos que se dan sólo las almas

hay besos por prohibidos, verdaderos.


Hay besos que calcinan y que hieren,

hay besos que arrebatan los sentidos,

hay besos misteriosos que han dejado

mil sueños errantes y perdidos.


Hay besos problemáticos que encierran

una clave que nadie ha descifrado,

hay besos que engendran la tragedia

cuantas rosas en broche han deshojado.


Hay besos perfumados, besos tibios

que palpitan en íntimos anhelos,

hay besos que en los labios dejan huellas

como un campo de sol entre dos hielos.


Hay besos que parecen azucenas

por sublimes, ingenuos y por puros,

hay besos traicioneros y cobardes,

hay besos maldecidos y perjuros.


Judas besa a Jesús y deja impresa

en su rostro de Dios, la felonía,

mientras la Magdalena con sus besos

fortifica piadosa su agonía.


Desde entonces en los besos palpita

el amor, la traición y los dolores,

en las bodas humanas se parecen

a la brisa que juega con las flores.


Hay besos que producen desvaríos

de amorosa pasión ardiente y loca,

tú los conoces bien son besos míos

inventados por mí, para tu boca.


Besos de llama que en rastro impreso

llevan los surcos de un amor vedado,

besos de tempestad, salvajes besos

que solo nuestros labios han probado.


¿Te acuerdas del primero...? Indefinible;

cubrió tu faz de cárdenos sonrojos

y en los espasmos de emoción terrible,

llenaron sé de lágrimas tus ojos.


¿Te acuerdas que una tarde en loco exceso

te vi celoso imaginando agravios,

te suspendí en mis brazos... vibró un beso,

y qué viste después...? Sangre en mis labios.


Yo te enseñe a besar: los besos fríos

son de impasible corazón de roca,

yo te enseñé a besar con besos míos

inventados por mí, para tu boca.

Malas manos tomaron tu vida

Malas manos tomaron tu vida desde el día

en que, a una señal de astros, dejara su plantel

nevado de azucenas. En gozo florecía.

Malas manos entraron trágicamente en él.


Y yo dije al Señor: "Por las sendas mortales

le llevan, ¡sombra amada que no saben guiar!

¡Arráncalo, Señor, a esas manos fatales

o le hundes en el largo sueño que sabes dar!


"¡No le puedo gritar, no le puedo seguir!

Su barca empuja un negro viento de tempestad.

Retórnalo a mis brazos o le siegas en flor".


Se detuvo la barca rosa de su vivir...

¿Que no sé del amor, que no tuve piedad?

¡Tú, que vas a juzgarme, lo comprendes, Señor!

Me tuviste

Duérmete, mi niño,

duérmete sonriendo,

que es la ronda de astros

quien te va meciendo.


Gozaste la luz

y fuiste feliz.

Todo bien tuviste

al tenerme a mí.


Duérmete, mi niño,

duérmete sonriendo,

que es la Tierra amante

quien te va meciendo.


Miraste la ardiente

rosa carmesí.

Estrechaste al mundo:

me estrechaste a mí.


Duérmete, mi niño,

duérmete sonriendo,

que es Dios en la sombra

el que va meciendo.

Puertas

Entre los gestos del mundo

recibí el que me dan las puertas.

En la luz yo las he visto

o selladas o entreabiertas

y volviendo sus espaldas

del color de la vulpeja.

¿Por qué fue que las hicimos

para ser sus prisioneras?


Del gran fruto de la casa

son la cáscara avarienta.

El fuego amigo que gozan

a la ruta no lo prestan.

Canto que adentro cantamos

lo sofocan sus maderas

y a su dicha no convidan

como la granada abierta:

¡Sibilas llenas de polvo,

nunca mozas, nacidas viejas!


Parecen tristes moluscos

sin marea y sin arenas.

Parecen, en lo ceñudo,

la nube de la tormenta.

A las sayas verticales

de la Muerte se asemejan

y yo las abro y las paso

como la caña que tiembla.


«¡No!», dicen a las mañanas

aunque las bañen, las tiernas.

Dicen «¡No!» al viento marino

que en su frente palmotea

y al olor de pinos nuevos

que se viene por la Sierra.

Y lo mismo que Casandra,

no salvan aunque bien sepan:

porque mi duro destino

él también pasó mi puerta.


Cuando golpeo me turban

igual que la vez primera.

El seco dintel da luces

como la espada despierta

y los batientes se avivan

en escapadas gacelas.

Entro como quien levanta

paño de cara encubierta,

sin saber lo que me tiene

mi casa de angosta almendra

y pregunto si me aguarda

mi salvación o mi pérdida.


Ya quiero irme y dejar

el sobrehaz de la Tierra,

el horizonte que acaba

como un ciervo, de tristeza,

y las puertas de los hombres

selladas como cisternas.

Por no voltear en la mano

sus llaves de anguilas muertas

y no oírles más el crótalo

que me sigue la carrera.


Voy a cruzar sin gemido

la última vez por ellas

y a alejarme tan gloriosa

como la esclava liberta,

siguiendo el cardumen vivo

de mis muertos que me llevan.

No estarán allá rayados

por cubo y cubo de puertas

ni ofendidos por sus muros

como el herido en sus vendas.


Vendrán a mí sin embozo,

oreados de luz eterna.

Cantaremos a mitad

de los cielos y la tierra.

Con el canto apasionado

heriremos puerta y puerta

y saldrán de ellas los hombres

como niños que despiertan

al oír que se descuajan

y que van cayendo muertas.

sábado, 6 de septiembre de 2008

PIECECITOS

PIECECITOS

Piececitos de niño,
azulosos de frío,
¡cómo os ven y no os cubren,

¡Dios mío!

¡Piececitos heridos
por los guijarros todos,
ultrajados de nieves
y lodos!

El hombre ciego ignora
que por donde pasáis,
una flor de luz viva
dejáis;

que allí donde ponéis
la plantita sangrante,
el nardo nace más
fragante.

Sed, puesto que marcháis
por los caminos rectos,
heroicos como sois
perfectos.

Piececitos de niño,
dos joyitas sufrientes,
¡cómo pasan sin veros
las gentes!

VOLVERLO A VER

VOLVERLO A VER

¿Y nunca, nunca más, ni en noches llenas
de temblor de astros, ni en las alboradas
vírgenes, ni en las tardes inmoladas?

¿Al margen de ningún sendero pálido,
que ciñe el campo, al margen de ninguna
fontana trémula, blanca de luna?

¿Bajo las trenzaduras de la selva,
donde llamándolo me ha anochecido,
ni en la gruta que vuelve mi alarido?

¡Oh, no! ¡Volverlo a ver, no importa dónde,
en remansos de cielo o en vórtice hervidor,
bajo unas lunas plácidas o en un cárdeno horror!

¡Y ser con él todas las primaveras
y los inviernos, en un angustiado
nudo, en torno a su cuello ensangrentado!